Hoy hace un año estábamos planeando subir hasta los famosos Lagos de Covadonga aprovechando un magnífico día de adelantada primavera. Y sin embargo, la noticia fue que España entraba en Estado de Alarma a raíz de la propagación mundial de la COVID-19. Y entonces todo cambió. Llegaron los primeros confinamientos, restricciones y en general, unas medidas hasta ahora nunca vividas. Lo que en un principio iban a ser unos quince días, se prorrogaron otros quince días más…y otros quince más… Pensaríamos que para verano la situación mejoraría, y así fue, sobre todo en Asturias. Pero la alegría duró lo que duró y acabamos el año en una situación pandémica similar. Hoy estamos en plena tercera ola, algo que los expertos ya había vaticinado antes de las Navidades, y aunque ya parte de la población ha recibido su vacuna, aun queda mucho camino por andar bajo el temor de una cuarta ola prevista tras las vacaciones de Semana Santa.
Según fuentes oficiales, este triste aniversario se salda con 72.258 fallecidos y 3.183.704 infectados, algunos de estos últimos con graves secuelas.
Este primer año ni nos ha hecho mejores personas ni estamos saliendo más reforzados tal como rezaban los optimistas eslóganes propagandísticos. Siento mucho decirlo pero es la sensación que me da al verme rodeado de un entorno cada vez más hostil, más susceptible y agresivo. El recorte de libertades que han trastocado toda nuestra forma de vida, y sobre todo, la eterna tensión de verse infectado sin saber sus consecuencias, son uno de las principales derivados de esta pandemia, sin olvidarnos de los conflictos sociales derivados de las restricciones a determinadas actividades laborales que en muchos casos han acabado con cierres de negocios y pérdida de empleos. Un caldo de cultivo para alterar nuestra psique.
Nos queda la esperanza, a pesar de que no hay consenso en su control, de que quizás algún día volveremos a ser quienes éramos.
