El Principado de Mónaco suponía el ecuador de nuestro viaje. Realmente el destino era la localidad catalana de Tossa de Mar, en plena Costa Brava, para asistir a su afamada concentración de Volkswagen clásicos. Es decir, estábamos dando un buen rodeo aprovechando lo que nos quedaba de vacaciones. Así, pues, al sexto día, volvíamos de nuevo a la carretera. Tras dos jornadas de reposo en el garaje del hotel, el nivel de aceite estaba dentro de un valor intermedio por lo que arrancamos sin más preparativos teniendo en cuenta que la siguiente etapa iba a ser corta… en teoría. Como veremos más adelante, acabó siendo cercana al calvario.
Pero antes de abandonar Mónaco quise darme el gustazo de dar un giro por algunos de los tramos del circuito y en particular, pasar por la plaza del Casino. Todo sea dicho, siendo martes y tan temprano (9:00), las calles estaban casi vacías.
5ª etapa: Saint Tropez – Le Castellet (martes 20/09/2022)
En teoría esta sería una etapa relativamente corta, de 230 km, donde poder visitar sin prisas Saint Tropez antes del siguiente destino, Le Castellet. Pero el viaje se nos atragantó. Hasta 3 horas tardamos en recorrer los 140 km que separan Mónaco de Saint Tropez. ¿El motivo? a los habituales atascos de la Costa Azul se unió un accidente que provocó estar retenidos un tiempo valioso. Una vez superado ese trance, acceder a Saint Tropez fue otro suplicio, encontrándonos un embotellamiento a partir de Sainte Maxine que parecía interminable.

Para cuando llegamos, no había ni una sola plaza de aparcamiento libre y teniendo en cuenta los limitados horarios franceses, la hora de comer se nos echaba encima. Ante esta situación y bajo un calor sofocante tomamos la decisión de atravesar Saint Tropez (labor que igualmente fue insufrible debido al tráfico) para tomar la primera carretera que nos llevaría…a algún sitio. Es decir, acabamos sin rumbo fijo por una comarcal hasta llegar cerca de una playa donde ¡milagro! encontramos un aparcamiento en un pinar propiedad de un restaurante italiano. Comimos allí y debatimos qué hacer, si evitar Saint Tropez y dirigirnos directamente a Le Castellet o probar suerte dando media vuelta por donde habíamos venido. Elegimos la segunda opción y fue un acierto. Nada más llegar de nuevo a Saint Tropez encontramos varias plazas libres.
SAINT TROPEZ no necesita apenas presentación; principal destino turístico de la Costa Azul francesa, no deja de ser un pequeño pueblo salpicado de tiendas de lujo y yates impresionantes . Antaño marinero, desde la segunda mitad del siglo XX comenzó a ser el preferido de la jet-set, transformándose en lo que es hoy. El cine, y muy especialmente Brigitte Bardot y Roger Vadim contribuyeron a darle su imagen glamurosa . Louis de Funes, con su particular humor, la popularizó aún más.

Lo que sí es cierto es que llegamos a una conclusión: nos gustó más que Mónaco. Al igual que en el Principado, el alto poder adquisitivo está presente en todas partes pero sin embargo, el ambiente es más relajado a pesar de los patentes excesos. Obviamente, ambas localidades no tienen nada que ver. Saint Tropez conserva un estilo anclado en el pasado reciente y de hecho lo que más me sorprendió fue la cantidad de vehículos clásicos circulando por sus calles. Sin ir más lejos, en el parking donde dejamos nuestro Volkswagen estaban presentes varios modelos dignos de museo, como MG-A, Mustang, Jaguar XK120… Como anécdota, nada más aparcar ya tuvimos una conversación con una chica interesada por nuestro coche.

El legado de Brigitte Bardot está muy presente

Así como los homenajes al cine

Una tienda de ropa con el motor V12 Lamborghini (860 cv) empleado en la lancha de competición Colibri de Didier Pironi. Casualidades de la vida, dicha lancha la vimos expuesta en nuestro viaje en furgoneta T2 cuando hicimos escala en el Manoir de l’Automobile de Lohéac.

Pastelería famosa por sus macarons

Tenía claro que tarde o temprano me encontraría con un Mini Moke… pues al final fueron varios. Era de esperar al tratarse de un modelo muy popular en estas localidades costeras donde prima el ocio.




Llegamos al puerto y…nos adentramos en otro mundo.

Los yates de lujo son los dueños y señores


Escultura de Carole Feuerman: «Bibi on the Ball». Desde el 17 de junio hasta el 24 de octubre estaría expuesta la obra de esta artista caracterizada por su hiperrealismo

Más impresionante era «Pisces», perfecto representante de este estilo artístico.


Bentley Continental Convertible

No podía faltar…

Placas conmemorativas a la liberación durante la Segunda Guerra Mundial


Club Med 2, la goleta más grande del Mundo

Playa de La Ponche



Sea Cloud Spirit: crucero a vela diseñado por el español Iñigo Echenique y construido en Pontevedra

Royal Enfield

En una tienda de automobilia tenían expuestas las culatas del Ferrari F1 ’99 V10 de Michael Schumacher

…y en su interior pude vislumbrar varias maravillas más como el autógrafo de Gilles Villeneuve

Una galería de arte con obras de Roy Lichtestein y Keith Haring visibles desde la calle.

La actividad artística está muy presente

Bruno Catalano

Bentley Flying Spur W12 (635 cv)

Más humilde…la Vespa


Yate de la marca Riva, célebre por sus elegantes embarcaciones deportivas

Uno de los locales más exclusivos

Quisimos quedarnos un rato más pero el tiempo se nos echaba encima por culpa del retraso anterior. Nos quedaríamos con ganas de haber alargado nuestra estancia descubriendo la ciudadela, el cementerio con la tumba de Roger Vadim o cualquiera de sus rincones que sirvieron de localizaciones cinematográficas. No pudo ser… Así que ya tenemos la excusa para volver algún día.

Hacia Le Castellet tendríamos 90 kilómetros por delante, en teoría un trayecto breve, incluso circulando al ritmo del Escarabajo. Pero temíamos encontrarnos con más atascos. Y estábamos en lo cierto. Pero ni por asomo nos imaginábamos que acabaría siendo tan desesperante.

Al poco de reanudar la marcha ya nos encontramos con el primer accidente (un coche estampado contra unos árboles). Tomamos la carretera nacional D98 cuyos tramos de trazado serpenteante obligan a reducir la marcha en algunas de sus múltiples curvas. Por suerte, en aquellos momentos aún estaba fresco y pude disfrutar de la conducción, pero era consciente de que ya íbamos con retraso. Sin embargo, cuando enlazamos con la autopista lo que sobrevino a continuación fueron atascos contínuos. Bien por la alta densidad de tráfico en pleno horario laboral como por accidentes, tal como advertían los paneles informativos. Llegado un momento, el agobio era absoluto… Aquellos 90 kilómetros acabaron resultando 2 horas y media interminables. Tras pasar el largo túnel de Toulon el tráfico ya se despejó y así, sin más problemas, llegamos hasta nuestro destino: Le Castellet
En LE CASTELLET decidimos alojarnos en un apartamento que era más parecido a lo que en España consideramos casa rural: Les Pins. Se accede a través de un camino asfaltado en una zona de viñedos pero en un cruce hay que tomar otro camino bastante estrecho y con el firme en mal estado hasta llegar a un tramo sin asfaltar. Llegaríamos a Les Pins exhaustos por la dilatación del viaje.

Aunque serían poco más de las 18:00, hay que tener en cuenta los horarios franceses. Tras acomodar el equipaje y darnos una más que necesaria ducha rápida íbamos con el tiempo justo si queríamos visitar y cenar en la villa medieval. Es más, ya habíamos olvidado acercarnos hasta el Circuito Paul Ricard, a pocos kilómetros (unos 13 de donde nos encontrabamos), que era uno de las actividades que estaban planeadas para ese día.
Como curiosidad, a los pies de la casa se encuentra un mausoleo del siglo I

Hasta la villa medieval nos desplazamos caminando ya que no estaba muy lejos, a unos veinte minutos. El propietario del apartamento nos recomendó que lleváramos una linterna ya que si nos alcanzaba la noche, el camino carece de iluminación. Está bien saber que como buen pueblo medieval fortificado se encuentra en un promontorio.

Salvando las distancias, es como un Carcassonne a pequeña escala. A nuestra llegada el pueblo estaba literalmente desierto, sin apenas visitantes, ni comercios abiertos…


Ayuntamiento del siglo XV

Temíamos no encontrar ningún local disponible para cenar, pero por suerte, estaba abierta una crepería. Incluso las camareras se tomaron con humor cuando les preguntamos si había sitios libres… pues éramos los únicos en aquella terraza. Los platos no es que fueran una maravilla pero cumplieron con su cometido, sin más. Así que tras recuperar fuerzas seguimos paseando entre las murallas.

Un detalle que nos llamó la atención fueron los ramos de trigo colgados en las puertas. Desconocemos su simbología.


Y tal como estaba previsto, la noche se nos echó encima…

Como ya nos habían advertido, fuimos equipados con una linterna (siempre llevo una en el coche) para regresar al apartamento. Hago un pequeño inciso para comentar que este tipo de alojamientos son una buena opción a tener en cuenta cuando se planean viajes de varias jornadas. ¿El motivo? Disponer de una lavadora que permita hacer la colada y así poder viajar con menos carga de ropa.
En resumen, nuestra quinta etapa y sexto día del viaje por Francia resultó tener un sabor agridulce. Al lógico agotamiento y exasperación causados por los contratiempos del trayecto hubo que añadir los particulares horarios franceses que también nos limitaron (algo que no nos pilló de sorpresa por ser esta la quinta vez que visitábamos el país vecino). Aunque Saint Tropez nos fascinó y Le Castellet ofrece un paisaje encantador, la experiencia no pudo ser todo lo intensa que deseábamos. Sin embargo, nos han quedado ganas de repetir y para la próxima ocasión, volveremos con algunos puntos a tener en cuenta.
PRÓXIMAMENTE: 6ª ETAPA NARBONNE